jueves, 5 de agosto de 2010

Freud, S. (1900) La intrpretación de los sueños. Numeral B: la regresión

La interpretación de los sueños.
Capítulo VII. Psicología de los procesos oníricos
b) La regresión

Ahora bien, ya puestos a salvo de las objeciones, o al menos habiendo señalado el lugar donde descansan las armas para nuestra defensa, no podemos posponer por más tiempo el abordaje de las investigaciones psicológicas para las cuales venimos preparándonos desde hace mucho. Resumamos los principales resultados que nuestra investigación nos procuró hasta aquí. El sueño es un acto psíquico de pleno derecho; su fuerza impulsora es, en todos los casos, un deseo por cumplir; el que sea irreconocible como deseo, así como sus múltiples extravagancias y absurdos, se deben a la influencia de la censura psíquica que debió soportar en su formación; además del constreñimiento a sustraerse de esta censura, cooperaron en su formación un constreñimiento a la condensación del material psíquico, un miramiento por su figurabilidad en imágenes sensibles y -aunque no como regla- un miramiento por dar una fachada racional e inteligible al producto onírico. De cada uno de estos enunciados se abren nuevas vías hacia postulados y conjeturas psicológicos; queda por investigar la relación recíproca entre el motivo-deseo y las cuatro condiciones, así como de estas entre ellas; el sueño debe encontrar un lugar en la concatenación de la vida anímica.
Al comienzo de este capítulo consignamos un sueño a modo de recordatorio de los enigmas cuya solución espera todavía. La interpretación de ese sueño del niño que se abrasaba no nos deparó dificultades, aunque no quedó completa de acuerdo con nuestros requisitos. Nos preguntamos por qué el padre había soñado en vez de despertarse, y reconocimos como un motivo del soñante el deseo de representarse al niño con vida. Que también otro deseo desempeñó en ello un papel, podremos verlo después de elucidaciones que haremos más adelante. En primer término, por tanto, es por un cumplimiento de deseo que el proceso de pensamiento del durmiente se mudó en un sueño.
Si hacemos a un lado el cumplimiento de deseo, nos resta un carácter que separa a los dos tipos de acontecer psíquico. El pensamiento onírico rezaba tal vez: «Veo un fulgor que viene de la cámara en que yace el muerto. ¡Quizá se ha caído una vela, y el niño se abrasa!». El sueño refleja inmodificado el resultado de esta reflexión, pero lo figura dentro de una situación que es presente y que los sentidos aprehenderán como una vivencia de la vigilia. Ahora bien, es este el carácter psicológico más general y llamativo del soñar; un pensamiento, por lo común el pensamiento deseado, es objetivado en el sueño, es figurado como escena o, según creemos, es vivenciado.
Pero, ¿cómo se explica esta peculiaridad característica del trabajo del sueño, o -expresado más modestamente- cómo se ensambla dentro de la trama de los procesos psíquicos?
Examinándolo más de cerca, se repara en que dentro de la forma en que se manifiesta este sueño hay impresos dos caracteres casi independientes entre sí. Uno es la figuración como situación presente, omitiendo el «quizá»; el otro, la trasposición del pensamiento a imágenes visuales y dichos.
La trasmudación que los pensamientos oníricos experimentan por esa vía, a saber, que la expectativa expresada en ellos es puesta en presente, quizá no parezca muy notable en este sueño determinado. Ello condice con el papel particular, en realidad accesorio, que en él tiene el cumplimiento de deseo. Tomemos otro sueño en que el deseó onírico no se aparte de la prosecución de los pensamientos de vigilia en el estado del dormir, por ejemplo el de la inyección de Irma. Aquí el pensamiento onírico que alcanza la figuración es una oración desiderativa: «¡Ojalá que Otto sea el culpable de la enfermedad de Irma!». El sueño suplanta {verdrängen} el optativo y lo sustituye por un presente de indicativo: «Sí, Otto es el culpable de la enfermedad de Irma». Y es esta la primera de las mudanzas que el sueño, aun el más exento de desfiguración, emprende con los pensamientos oníricos. No nos demoraremos mucho en esta primera peculiaridad. La despacharemos mencionando la fantasía conciente, el sueño diurno, que procede de idéntico modo con su contenido de representaciones. Cuando el señor Joyeuse, el personaje de Daudet, vaga sin ocupación por las calles de París, mientras sus hijas deben creer que tiene un empleo y está sentado en su oficina, él sueña como si fuera en presente con los hechos que lo llevarían a encontrar un protector y a procurarse trabajo. Así, el sueño se vale del presente del mismo modo y con el mismo derecho que el sueño diurno. El presente es el tiempo en que el deseo se figura como cumplido.
Peculiaridad exclusiva del sueño, que lo diferencia del sueño diurno, es el segundo carácter, a saber, que el contenido de representaciones no se piensa, sino que se muda en imágenes sensibles a las que se da crédito y se cree vivenciar. Agreguemos enseguida que no todos los sueños muestran esa trasmudación de la representación en una imagen sensible; hay sueños compuestos sólo por pensamientos, y a los que no por eso se les negará el carácter de sueños. Mi sueño «Autodidasker, la fantasía diurna con el profesor N.» es uno de ellos; en él se mezclaron muy pocos elementos sensoriales más que si hubiera pensado su contenido de día. Además, en todo sueño algo largo hay elementos que no pasaron por la trasmudación a lo sensible, que simplemente son pensados o sabidos como suelen serlo en la vigilia. Por otra parte, queremos apuntar enseguida que tal mudanza de representaciones en imágenes sensibles no es exclusiva de los sueños, sino igualmente de las alucinaciones, de las visiones, que pueden emerger de manera autónoma en estado de salud o como síntomas de las psiconeurosis. En resumen, la condición que aquí investigamos en modo alguno es exclusiva; queda en pie, empero, que este carácter del sueño, toda vez que se presenta, nos aparece como el más notable, a punto tal que no podríamos concebir sin él la vida onírica. Ahora bien, su comprensión exige extensas elucidaciones.
Entre todas las observaciones sobre la teoría del soñar que pueden hallarse en la bibliografía, quiero destacar una que merece ser retomada. El gran G. T. Fechner expresa en su Psychophysik, a propósito de algunas elucidaciones que ahí consagra al sueño, la conjetura de que el *escenario de los sueños es otro que el de la vida de representaciones de la vigilia. Ningún otro supuesto permitiría conceptualizar las peculiaridades de la vida onírica. (ver nota)
La idea que así se pone a nuestra disposición es la de una localidad psíquica, Queremos dejar por completo de lado que el aparato anímico de que aquí se trata nos es conocido también como preparado anatómico, y pondremos el mayor cuidado en no caer en la tentación de determinar esa localidad psíquica como si fuera anatómica. Nos mantenemos en el terreno psicológico y sólo proponemos seguir esta sugerencia: imaginarnos el instrumento de que se valen las operaciones del alma como si fuera un microscopio compuesto, un aparato fotográfico, o algo semejante. La localidad psíquica corresponde entonces a un lugar en el interior de un aparato, en el que se produce uno de los estadios previos de la imagen. En el microscopio y el telescopio, como es sabido, estas son en parte unas localizaciones ideales, unas zonas en las que no se sitúa ningún componente aprehensible del aparato. juzgo superfluo disculparme por los defectos de este símil y todos los del mismo tipo. Tales analogías no persiguen otro propósito que servirnos de apoyo en el intento de hacernos comprensible la complejidad de la operación psíquica descomponiéndola y atribuyendo a componentes singulares del aparato cada operación singular. Que yo sepa, nadie ha osado hasta ahora colegir la composición del instrumento anímico por vía de esa descomposición. Me parece inocua. Tenemos derecho, creo, a dar libre curso a nuestras conjeturas con tal que en el empeño mantengamos nuestro juicio frío y no confundamos los andamios con el edificio. Puesto que para una primera aproximación a algo desconocido no necesitamos otra cosa que unas representaciones auxiliares, antepondremos a todo lo demás los supuestos más toscos y aprehensibles.
Imaginamos entonces el aparato psíquico como un instrumento compuesto a cuyos elementos llamaremos instancias o, en beneficio de la claridad, sistemas. Después formulamos la expectativa de que estos sistemas han de poseer quizás una orientación espacial constante, al modo en que los diversos sistemas de lentes de un telescopio se siguen unos á otros. En rigor, no necesitamos suponer un ordenamiento realmente espacial de los sistemas psíquicos. Nos basta con que haya establecida una secuencia fija entre ellos, vale decir, que a raíz de ciertos procesos psíquicos los sistemas sean recorridos por la excitación dentro de una determinada serie temporal. La serie puede experimentar una alteración en el caso de otros procesos; queremos dejar abierta esa posibilidad. En lo que sigue, y en aras de la brevedad, nos referiremos a los componentes del aparato como «sistemas y».
Lo primero que nos salta a la vista es que este aparato, compuesto por sistemas y, tiene una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. (ver nota) Por eso asignamos al aparato un extremo sensorial y un extremo motor; en el extremo sensorial se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el extremo motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico trascurre, en general, desde el extremo de la percepción hacia el de la motilidad. El esquema más general del aparato psíquico tendría entonces el siguiente aspecto:
Figura 1.
Pues bien, esto no hace sino cumplir un requisito con el que estamos familiarizados hace mucho, a saber, que el aparato psíquico ha de estar construido como un aparato de reflejos. El proceso del reflejo :sigue siendo el modelo de toda operación psíquica.
Ahora tenemos fundamentos para hacer que ingrese en el extremo sensorial una primera diferenciación De las percepciones que llegan a nosotros, en nuestro aparato psíquico queda una huella que podemos llamar «huella mnémica». Y a la función atinente a esa huella mnémica la llamamos «memoria». Si tomamos en serio el designio de anudar los procesos psíquicos a sistemas, la huella mnérnica sólo puede consistir en alteraciones permanentes sobrevenidas en los elementos de los sistemas. Ahora bien, como ya ha sido consignado, trae consigo manifiestas dificultades suponer que un mismo sistema deba conservar fielmente alteraciones sobrevenidas a sus elementos y, a pesar de ello, mantenerse siempre abierto y receptivo a las nuevas ocasiones de alteración. De acuerdo con el principio que guía nuestra búsqueda, distribuiremos entonces estas dos operaciones entre sistemas diversos. Suponemos que un sistema del aparato, el delantero, recibe los estímulos perceptivos, pero nada conserva de ellos y por tanto carece de memoria, y que tras él hay un segundo sistema que traspone la excitación momentánea del primero a huellas permanentes. Este sería, entonces, el cuadro de nuestro aparato psíquico:

Figura 2.
Es bien sabido que de las percepciones que tienen efecto sobre el sistema P conservamos como duradero algo más que su contenido. Nuestras percepciones :se revelan también enlazadas entre sí en la memoria, sobre todo de acuerdo con el encuentro en la simultaneidad que en su momento tuvieron. Llamamos asociación a este hecho. Ahora es claro que si el sistema P no tiene memoria alguna, tampoco puede conservar las huellas para la asociación; los elementos P singulares se verían intolerablemente impedidos en su función si contra cada percepción nueva se hiciese valer un resto de enlace anterior. Por tanto, tenemos que suponer que la base de la asociación son más bien los sistemas mnémicos. El hecho de la asociación consiste entonces en lo siguiente: a consecuencia de reducciones en la resistencia y de facilitaciones, desde uno de los elementos Mn la excitación se propaga más bien hacia un segundo elemento Mn que hacia un tercero.
Una mayor profundización nos muestra la necesidad de suponer no uno sino varios de esos elementos Mn, dentro de los cuales la misma excitación propagada por los elementos P experimenta una fijación {Fixierung} de índole diversa. El primero de estos sistemas Mn contendrá en todo caso la fijación de la asociación por simultaneidad, y en los que están más alejados el mismo material mnémico se ordenará según otras clases de encuentro, de tal suerte que estos sistemas más lejanos han de figurar, por ejemplo, relaciones de semejanza u otras. Desde luego, sería vano empeñarse en indicar con palabras el significado psíquico de un sistema semejante. Su característica residiría en la intimidad de sus vínculos con elementos del material mnémico en bruto, o sea, si queremos apuntar a una teoría que vaya más a lo hondo, en las gradaciones de la resistencia de conducción hacia esos elementos.
Habría que intercalar aquí una observación de naturaleza general que quizás apunte a algo importante. El sistema P, que no tiene capacidad ninguna para conservar alteraciones, y por tanto memoria ninguna, brinda a nuestra conciencia toda la diversidad de las cualidades sensoriales. A la inversa, nuestros recuerdos, sin excluir los que se han impreso más hondo en nosotros, son en sí inconcientes. Es posible hacerlos concientes; pero no cabe duda de que en el estado inconciente despliegan todos sus efectos. Lo que llamamos nuestro carácter se basa en las huellas mnémicas de nuestras impresiones; y por cierto las que nos produjeron un efecto más fuerte, las de nuestra primera juventud, son las que casi nunca devienen concientes. Pero cuando los recuerdos se hacen de nuevo concientes, no muestran cualidad sensorial alguna o muestran una muy ínfima en comparación con las percepciones. Si pudiéramos confirmar que en los sistemas ú memoria y cualidad para la conciencia se excluyen entre sí, se nos abriría una promisoria perspectiva sobre las condiciones de la excitación de las neuronas. (ver nota)
Lo que hasta aquí hemos supuesto acerca de la composición del aparato psíquico en el extremo sensorial se obtuvo sin referencia al sueño ni a los esclarecimientos psicológicos que de él pueden derivarse. Ahora, para el conocimiento de otra pieza del aparato, el sueño nos servirá como fuente de prueba. Hemos visto que nos resultaba imposible explicar la formación del sueño si no osábamos suponer la existencia de dos instancias psíquicas, una de las cuales sometía la actividad de la otra a una crítica cuya consecuencia era la exclusión de su devenir-conciente.
La instancia criticadora, según inferimos, mantiene con la conciencia relaciones más estrechas que la criticada. Se sitúa entre esta última y la conciencia como una pantalla. Además, encontramos asideros para identificar la instancia criticadora con lo que guía nuestra vida de vigilia y decide sobre nuestro obrar conciente, voluntario. Ahora, conforme a nuestras hipótesis, sustituyamos estas instancias por sistemas; si tal hacemos, en virtud del conocimiento citado en último término el sistema criticador se situará en el extremo motor. Incluimos los dos sistemas en nuestro esquema, y en los nombres que les damos expresamos su relación con la conciencia: Figura 3.
Al último de los sistemas situados en el extremo motor lo llamamos preconciente para indicar que los procesos de excitación habidos en él pueden alcanzar sin más demora la conciencia, siempre que se satisfagan ciertas condiciones; por ejemplo, que se alcance cierta intensidad, cierta distribución de aquella función que recibe el nombre de «atención», etc. Es al mismo tiempo el sistema que posee las llaves de la motilidad voluntaria. Al sistema que está detrás lo llamamos inconciente porque no tiene acceso alguno a la conciencia si no es por vía del preconciente, al pasar por el cual su proceso de excitación tiene que sufrir modificaciones. (ver nota)
Ahora bien, ¿en cuál de estos sistemas situamos el envión para la formación del sueño? Para simplificar, lo hacemos en el sistema Icc. Claro que en ulteriores elucidaciones llegaremos a saber que esto no es del todo correcto y que la formación del sueño se ve precisada a anudarse con pensamientos oníricos que pertenecen al sistema del preconciente. Pero en otro lugar, cuando tratemos del deseo onírico, nos enteraremos de que la fuerza impulsora del sueño es aportada por el Icc; y a causa de este último factor adoptamos ahora el supuesto de que el sistema inconciente es el punto de partida para la formación del sueño. Como todas las otras formaciones de pensamiento, esta excitación onírica exteriorizará el afán de proseguirse dentro del Prcc y alcanzar desde ahí el acceso a la conciencia.
La experiencia nos enseña que durante el día la censura de la resistencia les ataja a los pensamientos oníricos este camino que lleva a la conciencia pasando por el preconciente. En la noche se abren el acceso a la conciencia, pero debemos averiguar por qué camino y merced a qué alteración. Si ello les fuese posibilitado por el hecho de que a la noche disminuye la resistencia que monta guardia en la frontera entre inconciente y preconciente, recibiríamos en el material de nuestras representaciones unos sueños que no mostrarían el carácter alucinatorio que ahora nos interesa.
Por eso la disminución de la censura entre los dos sistemas Icc y Prcc sólo puede explicar formaciones oníricas del tipo de «Autodidasker», pero no sueños como el del niño que se abrasa, que nos propusimos como problema al comienzo de estas indagaciones.
Lo que ocurre en el sueño alucinatorio no podemos describirlo de otro modo que diciendo lo siguiente: La excitación toma un camino de reflujo {rückläufig}. En lugar de propagarse hacia el extremo motor del aparato, lo hace hacia el extremo sensorial, y por último alcanza el sistema de las percepciones. Si a la dirección según la cual el proceso psíquico se continúa en la vigilia desde el inconciente la llamamos progrediente {progredient}, estamos autorizados a decir que el sueño tiene carácter regrediente {regredient}. (ver nota)
Esta regresión {Regression} es entonces, con seguridad, una de las peculiaridades psicológicas del proceso onírico; pero no tenemos derecho a olvidar que no es propia exclusivamente de los sueños. También el recordar deliberado y otros procesos parciales de nuestro pensamiento normal corresponden a una marcha hacia atrás {Rückschreiten} dentro del aparato psíquico desde algún acto complejo de representación hasta el material en bruto de las huellas mnémicas que está en su base. Pero en la vigilia esta retrogresión {Zurückgreifen} no va más allá de las imágenes mnémicas; no puede producir la animación alucinatoria de las imágenes perceptivas. ¿Por qué ocurre de otro modo en el sueño? Cuando hablamos del trabajo de condensación no pudimos evitar el supuesto de que las intensidades adheridas a las representaciones son trasferidas íntegramente de una a otra por obra del trabajo del sueño. Probablemente sea esta modificación del proceso psíquico corriente la que posibilita que el sistema de las P se invista hasta la plena vivacidad sensorial en la dirección inversa, partiendo de los pensamientos.
Espero que estemos muy lejos de engañarnos acerca del alcance de estas elucidaciones. Nos hemos limitado a dar un nombre a un fenómeno cuya explicación no alcanzamos. Así, llamamos «regresión» al hecho de que en el sueño la representación vuelve a mudarse en la imagen sensorial de la que alguna vez partió. Pero este paso exige justificación. ¿Para qué poner un nombre si ello no nos enseña nada nuevo? Es que a mi juicio el nombre de «regresión» nos sirve en la medida en que anuda ese hecho por nosotros conocido al esquema del aparato anímico provisto de una dirección. Ahora bien, en este punto obtenemos la primera recompensa por haber establecido ese esquema. En efecto, otra peculiaridad de la formación del sueño se nos hará inteligible sin nueva meditación y únicamente con el auxilio del esquema. Si consideramos al proceso del sueño como una regresión en el interior de ese aparato anímico que hemos supuesto, se nos explica sin más el hecho, comprobado empíricamente, de que a raíz del trabajo del sueño todas las relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos se pierden o sólo hallan expresión trabajosa. De acuerdo con nuestro esquema, esas relaciones entre pensamientos no están contenidas en los primeros sistemas Mn, :sino en otros, situados mucho más adelante, y por eso en la regresión tienen que quedar despojados de todo medio de expresarse, excepto el de las imágenes perceptivas. La ensambladura de los pensamientos oníricos es resuelta, por la regresión, en su material en bruto.
Pero, ¿qué alteración posibilita esa regresión imposible durante el día? Aquí nos daremos por satisfechos con conjeturas. Muy bien puede tratarse de alteraciones en las investiduras energéticas de los sistemas singulares, en virtud de las cuales ellos se vuelven más o menos transitables para el decurso de la excitación; no obstante, en un aparato de esta índole, idéntico efecto para el camino de la excitación podrían tener otras clases de modificaciones. Enseguida se piensa, desde luego, en el estado del dormir y en las alteraciones de investidura que provoca en el extremo sensorial del aparato. Durante el día hay una corriente continua desde el sistema 1, de las P hasta la motilidad; ella cesa durante la noche y ya no podría oponer impedimento alguno a una contracorriente de la excitación. Esta sería la «clausura del mundo exterior» que en la teoría de algunos autores pretende aclarar los caracteres psicológicos del sueño.» Entretanto será preciso atender, para explicar la regresión del sueño, a aquellas otras regresiones que se producen en estados patológicos de la vigilia. En el caso de estas formas, desde luego, la perspectiva que acabamos de dar no nos sirve. La regresión se produce a pesar de una corriente sensorial ininterrumpida en la dirección progrediente.
Respecto de las alucinaciones de la histeria y de la paranoia, y de las visiones de personas normales, puedo dar este esclarecimiento: de hecho corresponden a regresiones, es decir, son pensamientos mudados en imágenes, y sólo experimentan esa mudanza los pensamientos que mantienen íntima vinculación con recuerdos sofocados o que han permanecido inconcientes. Por ejemplo, a uno de mis histéricos más jóvenes, un muchacho de doce años, no le dejan dormirse unos «rostros verdes de ojos rojos», que lo espantan. Fuente de este fenómeno es el recuerdo sofocado, pero una vez conciente, de un chico a quien veía a menudo cuatro años antes y que le ofrecía un cuadro atemorizador de muchos vicios infantiles, entre ellos el del onanismo, que él mismo se reprocha ahora con posterioridad {nachträglich}. La mamá había apuntado entonces que ese chico malcriado tenía la tez de color verde y ojos rojos (vale decir, enrojecidos). De ahí el espectro aterrador que, por lo demás, sólo está destinado a recordarle otra profecía de la mamá, a saber, que tales niños se vuelven cretinos, no pueden aprender nada en la escuela y mueren pronto. Nuestro pequeño paciente hace que una parte de esa profecía se cumpla; no avanza en la escuela y, como lo muestra la escucha de sus ocurrencias involuntarias, la segunda parte lo aterroriza. Puedo agregar que, al cabo de poco tiempo, el tratamiento dio por resultado que él pudiese dormir, perdiese su estado de angustia y terminara el año escolar con mención de honor.
Aquí puedo traer a cuento cómo se resolvió una visión que me contó una histérica de cuarenta años, del tiempo en que estaba sana. Una mañana abrí los ojos y vio en la habitación a su hermano, a pesar de que, como bien sabía, él se encontraba en el manicomio. Su hijito dormía en la cama junto a ella. Para que el niño no se espantase ni le viniesen convulsiones viendo a su tío, lo cubrió con la sábana, y entonces se esfumó el aparecido. Esta visión es la refundición de un recuerdo infantil de la dama, que por cierto fue conciente, pero en su interioridad mantenía la más íntima relación con todo un material inconciente. Su niñera le había contado que su madre, fallecida muy prematuramente (ella tenía apenas un año y medio en el momento de la muerte), había sufrido convulsiones epilépticas o histéricas a consecuencia de un susto que le provocó su hermano (el tío de mi paciente) apareciéndosele como un fantasma con una sábana sobre la cabeza. La visión contiene los mismos elementos que el recuerdo: la aparición del hermano, la sábana, el susto y su efecto. Pero estos elementos se han ordenado en una nueva trama y se han trasferido a otras personas. El motivo manifiesto de la visión, el pensamiento al que esta sustituye, es la preocupación de que su hijito, físicamente tan parecido a su tío, hubiese de sufrir el mismo destino que él.
Los dos ejemplos que acabo de mencionar no están libres de relación con el estado del dormir, y por eso quizá sean inapropiados para probar lo que busco. Por eso remito a mi análisis de una paranoica con alucinaciones y a los resultados de mis estudios, todavía inéditos, sobre la psicología de las psiconeurosis a fin de ratificar que en estos casos de mudanza regrediente del pensamiento no es posible descuidar el influjo de un recuerdo sofocado o que ha permanecido inconciente, las más de las veces infantil. A los pensamientos que están en conexión con él, impedidos de expresarse a causa de la censura, este recuerdo por así decir los arrastra consigo a la regresión, en cuanto es aquella forma de figuración en que él mismo tiene existencia psíquica. Puedo aducir aquí, como un resultado de los Estudios sobre la histeria, que las escenas infantiles (sean ellas recuerdos o fantasías), cuando se logra hacerlas concientes, son vistas de manera alucinatoria y sólo al comunicarlas se borra este carácter. Es también sabido que aun en personas que no suelen tener memoria visual los recuerdos más tempranos de la infancia conservan, hasta edad avanzada, el carácter de la vivacidad sensorial.
Ahora bien, si tenemos presente el papel que en los pensamientos oníricos desempeñan las vivencias infantiles o las fantasías fundadas en ellas, la frecuencia con que sus fragmentos reaparecen en el contenido del sueño, y el hecho de que los deseos oníricos mismos hartas veces derivan de ahí no podremos rechazar, respecto del sueño, la posibilidad de que la mudanza de pensamientos en imágenes visuales sea en parte consecuencia de la atracción que sobre el pensamiento desconectado de la conciencia y que lucha por expresarse ejerce el recuerdo, figurado visualmente, que pugna por ser reanimado. Según esta concepción, el sueño puede describirse también como el sustituto de la escena infantil, alterado por trasferencia a lo reciente. La escena infantil no puede imponer su renovación; debe conformarse con regresar como sueño.
La referencia al significado {valor} por así decir paradigmático de las escenas infantiles (o de sus repeticiones fantaseadas) para el contenido del sueño vuelve superfluo uno de los supuestos que Scherner y sus discípulos hicieron acerca de las fuentes internas de estímulo. Scherner [1861] supone un estado de «estímulo visual», de excitación interna en el órgano de la visión, toda vez que los sueños muestran una vivacidad particular o una abundancia notable en sus elementos visuales. No hace falta que nos revolvamos contra esa hipótesis; bastaría con que postulásemos un estado de excitación tal meramente para el sistema perceptivo psíquico del órgano de la visión, pero sosteniendo que ese estado de excitación es producido por el recuerdo, es el refrescamiento de una excitación visual que en :su momento fue actual. En mi experiencia propia no dispongo de ningún ejemplo bueno sobre semejante influencia de un recuerdo infantil; en general, mis sueños poseen menor riqueza de elementos sensoriales que la que me veo llevado a apreciar en los de otras personas; pero en el sueño más hermoso y vívido que he tenido estos últimos años me resulta fácil reconducir la nitidez alucinatoria del contenido a cualidades sensoriales de impresiones recientes o habidas no mucho ha. En páginas anteriores mencioné un sueño en que el azul profundo del agua, el color pardo del humo que despedían las chimeneas de los barcos y el marrón oscuro y el rojo de las construcciones que yo vi me dejaron una profunda impresión. Este sueño debería atribuirse a un estímulo visual, si es que alguno ha de serlo. ¿Y qué había puesto a mi órgano visual en ese estado de estimulación? Una impresión reciente que se sumó a una serie de impresiones anteriores. Los colores que vi eran, en primer lugar, los del juego de ladrillos con que el día anterior al sueño mis hijos habían realizado una grandiosa construcción que me hicieron admirar. Ahí se veía el mismo rojo oscuro en los ladrillos grandes, y el azul y el marrón en los pequeños. Y a ello se sumaron las impresiones cromáticas de mis últimos viajes a Italia: el hermoso azul del Isonzo y de la laguna, y el marrón del Carso. La belleza cromática del sueño no era sino una repetición de lo visto en el recuerdo.
Resumamos lo que llevamos averiguado acerca de esta peculiaridad del sueño que consiste en trasvasar su contenido de representaciones a imágenes sensoriales. A este carácter del trabajo del sueño no lo hemos explicado, por ejemplo reconduciéndolo a leyes conocidas de la psicología, sino que lo destacamos como algo que apunta a constelaciones desconocidas y lo distinguimos mediante el nombre de «carácter regrediente». Hemos dicho que esta regresión es, dondequiera que aparece, un efecto de la resistencia que se opone a la penetración del pensamiento en la conciencia por la vía normal, así como de la simultánea atracción que sobre él ejercen recuerdos que subsisten con vivacidad sensorial. (ver nota) En los sueños quizá contribuye a hacer más fácil la regresión el cese de la corriente progrediente que durante el día parte de los órganos sensoriales, factor auxiliar este que en las otras formas de regresión tiene que ser compensado por el fortalecimiento de los otros motivos para ella. No queremos dejar de apuntar que en estos casos patológicos de regresión, así como en el sueño, el proceso de la trasferencia de energía podría ser diverso que en las regresiones de la vida anímica normal, pues en virtud de él se posibilita [en los casos patológicos y en el sueño] una total investidura alucinatoria de los sistemas perceptivos. Lo que en el análisis del trabajo del sueño hemos descrito como el «miramiento por la figurabilidad» podría ser referido a la atracción selectiva de las escenas visualmente recordadas y con las cuales los pensamientos oníricos entran en contacto.
Acerca de la regresión queremos observar aún que en la teoría de la formación del síntoma neurótico desempeña un papel no menos importante que en la del sueño. Distinguimos entonces tres modos de regresión: a) una regresión tópica, en el sentido del esquema aquí desarrollado de los sistemas y; b) una regresión temporal, en la medida en que se trata de una retrogresión a formaciones psíquicas más antiguas, y c) una regresión formal, cuando modos de expresión y de figuración primitivos sustituyen a los habituales. Pero en el fondo los tres tipos de regresión son uno solo y en la mayoría de los casos coinciden, pues lo más antiguo en el tiempo es a la vez lo primitivo en sentido formal y lo más próximo al extremo perceptivo dentro de la tópica psíquica. (ver nota)
Tampoco podemos abandonar el tema de la regresión en el sueño sin formular una impresión que ya se nos había impuesto repetidas veces y que habrá de retornar con más fuerza luego de profundizar en el estudio de las psiconeurosis: El soñar en su conjunto es una regresión a la condición más temprana del soñante, una reanimación de su infancia, de las mociones pulsionales que lo gobernaron entonces y de los modos de expresión de que disponía. Tras esta infancia individual, se nos promete también alcanzar una perspectiva sobre la infancia filogenética, sobre el desarrollo del género humano, del cual el del individuo es de hecho una repetición abreviada, influida por las circunstancias contingentes de su vida. Entrevemos cuán acertadas son las palabras de Nietzsche: en el sueño «sigue actuándose una antiquísima veta de lo humano que ya no puede alcanzarse por un camino directo»; ello nos mueve a esperar que mediante el análisis de los sueños habremos de obtener el conocimiento de la herencia arcaica del hombre, lo que hay de innato en su alma. Parece que sueño y neurosis han conservado para nosotros de la antigüedad del alma más de lo que podríamos suponer, de suerte que el psicoanálisis puede reclamar para sí un alto rango entre las ciencias que se esfuerzan por reconstruir las fases más antiguas y oscuras de los comienzos de la humanidad.
Es bien posible que esta primera parte de nuestra apreciación psicológica del sueño no nos haya dejado demasiado satisfechos. Consolémonos reparando en que nos vemos precisados a edificar desde las tinieblas. Si no andamos por completo descaminados, otros puntos de abordaje nos llevarán aproximadamente a la misma región, en la cual quizá podremos luego orientarnos mejor.

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